Nuestra actitud frente a las circunstancias de la vida es lo que realmente moldea nuestra experiencia. Una persona puede ver un evento como el fin del mundo, mientras que otra ve ese mismo evento un vasto océano de oportunidades que se abre ante ella. Momento a momento, nuestro mundo está cambiando—a menudo en formas pequeñas y casi imperceptibles, y otras veces a través de giros grandes, tumultuosos e inesperados. Creo que esta naturaleza transformadora de la vida no es un error en la existencia, sino su fundamento mismo.
Podemos resistir el cambio, o podemos aprender a confiar en el flujo y responder con gracia a lo que la vida nos ofrece. No creo que hayamos venido a este mundo para construir algo permanente "allá afuera", ya que la esencia misma de la vida es la transformación. En cambio, estamos aquí para aprender a fluir—a movernos, adaptarnos y co-crear en este río de la existencia. Para dar la bienvenida a cada nuevo escenario y encontrar el coraje y alegría para reinventarnos, bailando al ritmo de una nueva melodía.
Dicho esto, es importante reconocer que el duelo es real. Soltar lo que fue—ya sea una persona, un sueño o una etapa de la vida—requiere tiempo. Cuando un árbol cae en el bosque, es un hecho triste; se pierde mucho para los muchos seres que lo habitaban. Y sin embargo, ese mismo árbol caído abre espacio para que la luz del sol llegue al suelo del bosque, despertando semillas dormidas que esperaban en silencio su momento para crecer. De la misma forma, la pérdida y el cambio abren espacio para algo nuevo dentro de nosotros—si permanecemos abiertos.
Cuando surge el dolor emocional, la mente tiende a caer en viejos patrones: revolcarse en la victimización, enredarse en historias de “pobre de mí”, o lanzarse en una cruzada mental para recuperar lo que ya fue. Estas son defensas naturales, pero en el fondo son estrategias de evasión—formas de evitar el dolor crudo del duelo, lo cual puede terminar prolongando nuestro sufrimiento.
Cuando me siento atrapado en la negatividad o en la desesperanza, he aprendido a verlo como una señal de que algo dentro de mí está listo para ser visto y liberado. En esos momentos, es vital salir de la mente y volver al cuerpo y a los sentidos. Una simple caminata al aire libre puede hacer maravillas. Caminar no solo tiene beneficios fisiológicos, sino que también nos ayuda suavemente a salir del drama mental y regresar al presente. Pasar tiempo en la naturaleza calma el sistema nervioso e invita a la quietud.
Una vez que la mente se ha suavizado y ya no está en un estado reactivo de lucha o huida, podemos comenzar a preguntar: ¿Por qué estoy molesto? ¿Qué me cuesta aceptar? ¿Qué necesito soltar? ¿Esta situación, como me esta invitando a crecer, que oportunidad me esta dando? Estas no son preguntas para resolver con la mente racional—son invitaciones a escuchar al cuerpo. Al formularlas, haz una pausa. Respira. Siente. Permite que la respuesta surja no desde el pensamiento, sino desde la sensación, la emoción y el saber interior.
Este es el corazón del trabajo que hago con mis clientes como coach de vida. Les ayudo a reconectar consigo mismos—a escuchar, a sentir y a hacer las paces con lo que está presente. Una y otra vez, me asombra la sabiduría profunda que emerge cuando las personas se dan el espacio para que su verdad hable.
Así que, mientras navegamos esta vida en constante cambio, recordemos que nosotros también estamos cambiando todo el tiempo. No nos quedemos rígidos en nuestros pensamientos ni fosilizados en creencias que ya no nos sirven. Mantengámonos abiertos—abiertos a nuevas ideas, nuevas posibilidades y nuevas formas de ser. Hay gracia en la flexibilidad. Hay belleza en soltar. Y hay un poder inmenso en estar presentes para la vida, tal como es.
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