El valor de la veracidad
- Tomas Rodriguez
- 1 ago
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¿Alguna vez has sentido la tensión de fingir que estás bien cuando en realidad no lo estás — solo para mantener la paz?
La mayoría de nosotros aprendimos desde muy temprano a esconder partes de quienes somos para encajar, ser aceptados o evitar el rechazo. Pero cuanto más lo hacemos, más nos alejamos de nuestra verdadera esencia. La veracidad, la autenticidad y la honestidad no son solo formas de ganar la confianza de los demás. Son la manera en que permanecemos leales a nosotros mismos.
Cuando te atreves a ser quien eres —sin esconderte, sin actuar, sin pedir perdón por ello— afirmas algo vital: merezco existir tal como soy. No solo te revelas ante los demás, sino que te recuperas ante tus propios ojos. Pero cuando te encoges por miedo, te envías otro mensaje: mi verdad es peligrosa. Mi yo real no tiene lugar aquí. Esa historia interna, si no la cuestionas, va erosionando silenciosamente tu autoestima. Ser auténtico no se trata de ser perfecto —se trata de estar presente. Es la fuerza de vivir desde tu centro, en lugar de desde el miedo.Es el coraje silencioso de decir: “Este soy yo” —y dejar que eso sea suficiente.
He vivido momentos en los que esconderme parecía más seguro.Ser honesto se sentía demasiado arriesgado.Pero con el tiempo, vi el precio de hacerlo: sentirme invisible, desconectado, y solo —incluso rodeado de personas que me querían.
Las cosas comenzaron a cambiar cuando empecé a abrirme más —sobre lo que me gustaba, lo que creía, lo que necesitaba.Ahí fue cuando comencé a experimentar conexión real.Los demás también se sintieron más seguros. Se abrieron. Y de pronto, estaba construyendo el tipo de relaciones que siempre había deseado: basadas en la confianza mutua, la comprensión y el apoyo.
Esto es lo que he aprendido: No puedes ser verdaderamente amado si no eres verdaderamente visto.Y no puedes ser visto si no estás dispuesto a mostrarte tal como eres.De lo contrario, queda flotando una pregunta silenciosa en cada relación:
¿Me seguirían queriendo si realmente me conocieran?
Esa duda puede proyectar una sombra larga —no solo sobre tus relaciones, sino sobre tu sentido de pertenencia.
Pero decir la verdad no solo nos sana a nivel personal.También tiene el poder de sanar comunidades. Esa es una de las razones por las que vine a este país. Siempre he admirado cómo los Estados Unidos han sido un faro de libertad de expresión y creencias. A mi parecer, es esta libertad la que impulsa no solo el avance científico y la innovación artística, sino también las conversaciones abiertas que nos hacen crecer como sociedad.
Cuando hablamos con verdad, abrimos espacio para que otros también lo hagan —especialmente quienes no se sienten seguros o capaces de expresarse.Tu voz puede ser la chispa que encienda el camino para alguien más.
De esta manera, la verdad se convierte en más que integridad personal —se convierte en una ofrenda cívica. Ayuda a construir un mundo donde todos tengan el derecho de ser plenamente ellos mismos.La verdad sana —no solo a ti, sino a todos nosotros.
Por supuesto, decir la verdad requiere cuidado.Importa el cómo, el cuándo y el por qué la expresamos.Una verdad dicha con amor puede abrir corazones. Pero si nace del enojo o del ego, puede herir.Y a veces, la verdad debe esperar el momento adecuado —especialmente cuando hay temas de seguridad o desigualdad de poder.La sabiduría está en saber cuándo hablar y cuándo protegerse.
Aun así, el silencio también tiene sus riesgos. Cuando callamos constantemente para no incomodar a otros, cuando nos hacemos pequeños para evitar conflictos, poco a poco perdemos el acceso a nuestra propia voz.Eso no es paz —eso es traición a uno mismo.
Vivir con verdad no requiere drama ni confrontación.A veces, es tan simple como decir no cuando quieres decir no. O ser honesto con un amigo, con suavidad.O mirarte al espejo —y no apartar la mirada.
Ser veraz no siempre es fácil. Pero sí es liberador. Abre el camino hacia la dignidad, la conexión y la paz. Es el camino de regreso a ti mismo.

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