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Pensando en Nuestros Seres Queridos que Han Partido

Cada familia guarda historias, sacrificios y rostros que permanecen en silencio dentro de nosotros — a veces sin que lo notemos. Recordar a quienes nos antecedieron no es un simple paseo nostálgico ni un deber de calendario: es una manera de reconectar con partes de nosotros mismos que el tiempo ha cubierto de polvo. Es volver sobre nuestros pasos. Y en ese regreso, muchas veces encontramos perspectiva, claridad y una sensación más profunda de plenitud.


Nuestros seres queridos no fueron solo quienes nos cuidaron o compartieron nuestra sangre. Fueron espejos, reflejando pedacitos de nosotros. Nos moldearon y dejaron huellas que muchas veces solo comprendemos con el paso de los años. Desde la distancia, la imagen se vuelve más nítida.


Mirar atrás tiene sentido. Nos ayuda a valorar nuestro propio recorrido en este mundo. En la psique, el tiempo no existe: por eso en los sueños podemos reencontrarnos con un amigo de la infancia y sentir emociones más intensas que en la vida real.


En ese sentido, nuestros seres queridos siguen vivos dentro de nosotros. Están tejidos en nuestra forma de ser: en cómo hablamos, en las decisiones que tomamos, incluso en gestos que creemos “únicamente nuestros.” Tomarnos un momento para recordarlos — amarlos, agradecerles su existencia — es un acto de gratitud, de humildad y también de amor propio. Incluso aquellos con quienes tuvimos relaciones difíciles dejaron una marca. Honrarlos es reconocer su contribución en lo que hoy somos. Así, la memoria se convierte en una afirmación de nuestra propia identidad.


Estos recuerdos traen a veces tristeza, melancolía o nostalgia — emociones que nuestra sociedad suele tachar de “negativas.” Pero la tristeza cumple un papel esencial: nos invita a reflexionar sobre lo que amamos y lo que le da sentido a nuestra vida. Si no nos permitimos ese espacio, corremos el riesgo de desconectarnos de lo más importante y sentirnos a la deriva, porque no estamos escuchando la voz del corazón.


A veces esa conversación llega sin aviso. Mientras cocino, le pido a Alexa que ponga una canción de Barbra Streisand o Donna Summer, y sé que es mi mamá apareciendo dentro de mí. Al cantar, la emoción me desborda. En ese instante estoy de nuevo en su compañía: soy ella, soy Tomás el niño, y soy también el Tomás de ahora — todo a la vez. Es como si pasado y presente se entretejieran, integrando todas mis partes en una sola trama. Llorar en ese momento no es solo por amor a ella, sino por alivio: reconocer que no se ha ido, sino que vive en mí.


Muchas tradiciones del mundo reservan momentos para recordar a quienes partieron. Encender una vela, visitar una tumba, contar una anécdota familiar… pequeños gestos que mantienen viva la conexión y la conversación entre generaciones.


En nuestra casa, casi sin planearlo, creamos un pequeño rincón de memoria. Colocamos fotos de padres, hermanos y familiares, y en el centro una estatua de un Buda tailandés. No porque seamos budistas ni tengamos una afinidad especial con Tailandia, sino porque fue un regalo de mi cuñada y simplemente se sintió apropiado. Instintivamente colocamos una vela delante. Con el tiempo, ese rincón se ha vuelto un símbolo del amor y la protección de lo divino a través del lazo familiar. Cada año, en el cumpleaños o aniversario de un ser querido, encendemos la vela, ponemos flores, quizás compramos un helado de pistacho (el favorito de mi mamá) y compartimos una anécdota. Es nuestra manera sencilla de traerlos al presente y agradecerles por su existencia.


Cuando hacemos una pausa para recordar, no solo honramos el pasado. Fortalecemos nuestras raíces y caminamos hacia adelante con más gratitud, perspectiva y entereza. Al recordar a quienes nos precedieron, nos recordamos a nosotros mismos.


Mi madre, Nicole acompañándome en una clase de yoga que dicte en el Barrio de Petare (2014) como parte de la iniciativa "Yoga en los Barrios" de mi querido amigo Joel.
Mi madre, Nicole acompañándome en una clase de yoga que dicte en el Barrio de Petare (2014) como parte de la iniciativa "Yoga en los Barrios" de mi querido amigo Joel.

Meditación para Honrar a Nuestros Ancestros


Hace unos días tuve la oportunidad de guiar una meditación inspirada en la sabiduría de las Constelaciones Familiares. La intención fue abrir un espacio de conexión profunda con nuestros ancestros: reconocerlos, recibir sus bendiciones y, al mismo tiempo, permitirnos soltar aquellas creencias o hábitos heredados que, aunque alguna vez fueron útiles, hoy pueden estar limitando nuestro crecimiento.


En esta práctica recordamos que la vida que fluye en nosotros proviene de muchas generaciones. Al honrar a quienes nos precedieron, reconocemos sus aportes y también nos damos permiso de caminar más ligeros, confiando en que lo esencial ya habita en nuestro interior.


Esta meditación es una invitación a reconciliarnos con nuestras raíces y a abrir el corazón a un nuevo comienzo, más libre, más consciente y más en paz:


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